miércoles, 4 de julio de 2007

Solo




En la mano un amuleto apretaba con fuerza,la lluvia no lo inmutaba,
el viento se había llevado hacía rato su sombrero y sus botas empapadas estaban ya varios centímetros enterradas en el barro. Caía la noche y el cielo entre violeta y gris dejaba de vez en cuando colarse un tenue rayo de luz de luna que desaparecía al instante y desdibujaba otra vez su lánguida silueta en la oscuridad.

Todo lo que él era estaba allí, su historia y su presente, sus buenos y malos momentos, su alegría y su tristeza, su sociego y la pasión, aquel día...Era estío la mañana en que la conoció cuando caminaba por las calles empedradas de la cuidad que luego fue testigo de sus miradas cómplices. Tardes enteras esperando que el momento exacto para acercarse llegase y de pronto aquel oportuno tropezón, caída del destino quizás que quiso que ambos cruzaran sus primeras palabras.

¡Cuántas lunas esperando besarla, cuántas otras abrazarla y cuántas más poseerla! Si el cielo y el infierno parecían fundirse y estallar al juntarse sus labios con los de ella, el rocío de la noche avergonzarse ante la humedad de sus cuerpos y la brisa de la madrugada emnudecer envidiosa de sus suspiros.
Era todo y nada, su juez y confidente, su enemiga acérrima y su más íntima amiga, su luz y sus sombras, su Dios y sus demonios, su amante y su cautiva.

Poco a poco fue dejando caer su cuerpo entumecido por el frío y el espanto, primero las rodillas, luego el tronco , por último la cabeza.

Tendido.

Ya asomaba el sol de la mañana en el horizonte cuando lo hallaron. Nadie pudo jamás entender cómo morir así pudo dibujarle esa sonrisa en su rostro, nadie comprendió jamás la extraña comunión de sus almas al momento exacto de expirar, ese instante único de paso entre la muerte y la vida, la locura y la dicha, la soledad y ella.

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