viernes, 24 de octubre de 2008

Condenado





jueves, 23 de octubre de 2008

Amor condenado


Tus manos claras, tu mirada llena,
tu sonrisa leve y tu alma incierta.

Tu boca roja, tu voz profunda,
tu llanto frío y tu pasión despierta.

Tu cuerpo herido, tu Dios mendigo,
tu pecho tibio y tu muerte eterna.



Déjame ser el puerto de tu barcaza
y la bahía clara de tus entrañas
Déjame ser la luz de tu ventana
y la esperanza cierta de tu mañana
Déjame encontrarte en tu desdicha
y ser yo misma la que te salva…





Romance de la Loba Blanca

Romance de la Loba Blanca



Hundida en un infierno
la oscuridad cubría todo,
caminé sin saber dónde
fundiéndome con el lodo.
Mi alma abandonada
y mis botas desgarradas,
apenas si soportaban
el andar que desandaban.
A lo lejos pude verlo
un pueblo como dormido,
y en su entrada la tristeza
del dolor como aguerrido.
No pude evitar saberlo
allí todo era misterio,
y las caras de las gentes
descubrían sus inviernos.
Tras un muro de lágrimas
en la niebla y el espanto,
una multitud de locos
me bañaban con su llanto.
Los niños ya no vivían
los hombres recuerdos eran,
las mujeres en sus tumbas
lloraban por sus quimeras.
Supe entonces me buscaban
y como ninfa dormida
las notas que yo guardaba
brotaron de su guarida.
El viejo violín a cuestas
sus acordes resonaba,
y por las calles desiertas
mi música retumbaba.
En el horizonte llano
una gran horda pude ver,
que despertaba mi canto
y arrasaba por doquier.
Más imposible era acallar
de mi garganta sonidos,
que desde el fondo del alma
nacían como rugidos.
Fue entonces cuando les vi
cientos o miles de bestias,
parados allí delante
con sus miserias a cuestas.
Mi estoque reluciente
en la mano aferrado
y cubríame yo el pecho
con mi escudo sagrado.
Al avanzar la estampida
polvareda levantaba,
sembrando horror y muerte
entre quienes enfrentaba.
Supe entonces mi coraje
no sería suficiente,
y que quizás esa noche
fuese yo la penitente.
Más nada me detenía
avancé lento y sin prisa,
como sintiendo en mi piel
del viento la suave brisa.
El rojo río de sangre
bajaba hasta la cañada,
y las bestias festejando
sus dos armas levantaban.
Más no contaban conmigo,
yo, la Esperanzadora
que los aguardaba sola
con mi mano ejecutora.


Todos ellos me rodearon
y sus risas esbozaron,
pues me creían vencida
ante sus manos impías…
De pronto como un rezo
mi voz se hizo silencio,
donde sólo se escuchaban
un corazón y un lamento.
Fue ahí cuando del cielo,
las mil espadas cayeron
como gotas de diamante,
dando su golpe certero.
Más el milagro Divino
no bastó en aquel encuentro
ya que expuesta y vencida
me encontré en un momento.
Fue entonces cuando supe,
que no bastaba la Gloria
y que parte de la Historia
moriría en mi memoria.
Esa historia ya contada,
que mil veces repetía
en tabernas y barracas
hasta la monotonía,
se hizo carne de pronto
ante mi voraz mirada
que no podía distinguir
entre la Loba y la Espada.
Y rompió el silencio eterno
en que me creí vencida
con el aullido sagrado
de su alma adormecida.
Fue así que una a una,
las bestias allí cayeron
dejando como testigos
a los otros que murieron.
En sus ojos pude ver
quién era que me salvaba,
y en su mirada eterna
supe que me esperaba.
A una cimitarra asidas
las sus dos manos tenía,
y sobre sus hombros anchos
la luz de la hidalguía.
Anduvimos senderos juntas
hablando de la memoria,
de los héroes olvidados
y la tierra sin historia.
De pronto en un segundo
como atravesando el viento,
dejó ante mí al mundo
sumido en un lamento.

Desandé varios caminos
entregada a la locura,
esperando mi regreso
me devuelva la cordura.
Te presiento amado mío
en las noches esperando,
y escucho de tu alma
el llamado sollozando.
Y te veo solitario
huyendo de la mañana,
intuir mi cercanía
a la luz de tu ventana.