Voy a escribirte aquí las palabras que me quedan por decirte, al
menos las suficientes para que este peso no me lleve consigo hacia
abajo. Y voy a escribirlas aquí, precisamente, porque aunque su misión
sea llegar hasta vos, rozar tu corazón y escaparse definitivamente, se
que no visitarás este sitio, y aunque lo hicieras jamás sabrías que este
montón de palabras lleva tu nombre escrito.
Sí, yo podría darte la
mano y llevarte por los escondrijos de mis sentimientos, si quisieras,
al reverso de cada una de estas palabras; pero, ¿Y cuando vieras tu
imagen grabada en ellas? Correrías, se que huirías donde tu corazón no
pudiera alcanzarte. Por eso no me queda otra que soltar la cuerda que me
unía a ti, y tumbarme en la noche a esperar que el aire se lleve el
aroma de tu recuerdo, y el eco de mis propias palabras se confunda con
tu respiración hasta darme cuenta de que solo fuiste una ilusión, un
trozo de vida que ya no tengo.
Luego metería mis manos en los
bolsillos, cuando estuviera desintoxicada de ti definitivamente, y
recorrería de nuevo las calles solitarias donde un día reconocí tu
rostro entre un mar de gente sin nombre, mirando siempre al cielo para
evitar tu mirada. Entonces podría volver a esculpir versos en tu nombre
que no dolieran como ahora, y abrazar tu silueta difuminada sobre un
fondo menos oscuro.
Es difícil creer que no voy a esperar, que no voy
a actuar, que no voy a ser yo, sobre todo para mí. Pero a cambio solo
te pediré que no mires, no escuches, y no hables; dejame tumbarme en la
noche y lanzar versos al viento como una borracha que ha perdido la
esperanza. Te amo.